Muchas veces llegan al “dojang” mujeres que quieren aprender a defenderse o padres que llevan a sus hijos para que aprendan a defenderse de los “matones” del colegio. Todos ellos tienen un denominador común: pareciera que creen que con un “stock” de diversas técnicas de defensa personal podrán salvar sus vidas.
Yo comencé en las artes marciales para aprender a defenderme. Al igual que muchos niños y niñas, no era víctima de Bullying, pero tampoco quería serlo en el futuro. La vida en las calles de Santiago, se tornaba cada vez más insegura, eran los 90´s. Mi padre, nos inscribió a mi y a mis hermanas en una academia de artes marciales, desconociendo el real beneficio. Al igual que la mayoría de los papás que llegan hoy en día a nuestra escuela, él pensaba que nuestro profesor nos iba a enseñar la manera más efectiva de deshacernos de un delincuente en el supuesto caso que nos quisiera “llevar a lo oscuro”.
Después de 20 años practicando Hankido, creo que el principal ingrediente o el aporte fundamental es intangible. Si bien, los hankido-in pueden torcer, romper, golpear y en caso necesario, correr y huir; lo más efectivo no es el combate en el campo de batallas, sino más bien aprender a mantener a los delincuentes lejos. Y ¿cómo podemos lograr esto?… no es fácil, requiere de constancia y disciplina, se trata de crear una «actitud de defensa, «…es como conducir a la defensiva para evitar accidentes y no aprender a hacer piruetas para salir ileso de un choque…”
En Hankido me enseñaron a caer, pero esa caída terminaba de pie, una actitud que se puede aplicar en los múltiples tropiezos de la vida diaria. En la escuela aprendí a gritar fuerte, desde adentro, y de esa forma entendí que mi opinión también se tiene que escuchar, que si tenemos algo que decir hay que hacerle escuchar. Cuando hacemos sentadillas, nuestras piernas se hacen más fuertes, cuando hacemos flexiones, nuestros brazos se tornan poderosos; cuando aprendemos a dominar a nuestro oponente, nuestro ego crece. Y cuando obedecemos a nuestro maestro, eso nos hace humildes.
Es todo eso junto, lo que hace que la ecuación de la defensa personal resulte efectiva. No sacamos nada si aprendemos 140 maneras de defendernos de un cuchillo si caminamos inseguras por la calle; aprender a «reventarle los genitales” de una patada a un hombre no sirve de nada si no aprendes actitud y si no te «crees el cuento».
En un dojang de artes marciales no enseñamos defensa personal, enseñamos actitud, entre muchas otras cosas 😉